Russell Rouse, un cineasta extravagante

08 Sep Russell Rouse, un cineasta extravagante

 

En el sensacional arranque del film “Con las horas contadas / D.O.A.” (1950), el personaje que interpreta Edmond O’Brien entra en una comisaría y pide hablar con la persona que se encuentra al mando. A continuación tiene lugar este diálogo:

– Quiero denunciar un asesinato.

– Siéntese.

(Pausa)

– ¿Dónde se cometió?

– En San Francisco, anoche.

– ¿A quién asesinaron?

– A mí.

Sencillamente genial, el espectador ya está irremediablemente enganchado. El responsable de este argumento es Russell Rouse, un cineasta neoyorquino que, además de sus trabajos como guionista, cuenta con una carrera como realizador, iniciada a principios de los cincuenta y concluida antes de acabar la década de los sesenta (a pesar de que nuestro hombre no fallecería hasta veinte años más tarde), de apenas diez títulos, la mayoría de ellos marcados por una extrema originalidad que, en muchas ocasiones, se muestra lindante con la extravagancia.

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Así, su primera película como director, “The well / El pozo de la angustia” (1951), por la que llegaría a estar nominado al Oscar al mejor guión (lo lograría finalmente, también en su faceta de guionista, por “Confidencias a medianoche / Pillow talk”, una comedia de la pareja Rock Hudson / Doris Day más adulta de lo habitual), aborda en tan temprana fecha las tensiones raciales en los Estados Unidos, con una ingeniosa trama de niña negra falsamente secuestrada, que provoca primero una violenta algarada y luego termina uniendo a unos y otros en la operación de salvamento de la pequeña, que ha caído accidentalmente en un pozo.

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Al año siguiente realiza un film mudo, o sin ningún diálogo, para ser más exactos, solo con banda sonora. Se trata de “El espía / The thief”, un relato protagonizado por un Ray Milland, en el papel de un científico que vende secretos a los comunistas, que se ve obligado a revelar con el gesto lo que no puede decir con palabras, de tal modo que cambia de expresión con más frecuencia e intensidad de lo que aconseja el mundo real. La película, que posee algún que otro momento con buena descripción física de los hechos y rutinas de sus personajes, termina siendo bastante irrelevante, con ese inevitable tufillo de los productos de la guerra fría y con unas buenas escenas finales en el Empire State neoyorquino.

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“New York confidential” (1955), pese a situarse dentro de unos modelos más reconocibles, tampoco se queda manca en lo que a originalidad se refiere. Se trata de un noir de denuncia de los cincuenta —con la línea que separa el bien del mal perfectamente definida, como corresponde al policial inmediatamente posterior a la depuración del maccarthysmo— que incluye algunas arriesgadas novedades que, finalmente, le otorgan esa singularidad que sigue siendo marca de la casa. Así, sitúa todo el relato desde el punto de vista del mal y no concede a sus personajes posibilidad alguna de redención. Los dos protagonistas, Richard Conte y un soberbio Broderick Crawford, andan atrapados en los roles que han elegido, incapaces de salirse del guión a favor de la moraleja, condenados a enfrentarse a muerte, a pesar del afecto que se profesan y las dependencias que existen entre ambos. Los últimos y magníficos diez minutos del film ilustran perfectamente esa voluntad que siempre tuvo Russell Rouse de desmarcarse de los caminos señalados: una sucesión de acontecimientos implacables que no se someten a los dictados de la moral, como hubiera sucedido en un producto más convencional.

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Broderick Crawford, uno de sus actores preferidos, repite de malvado en “Llega un pistolero / The fastest gun alive” (1956), aunque esta vez la película cuenta con un personaje positivo que ha redimido su mala vida anterior, el pistolero reconvertido en tendero que interpreta Glenn Ford y que, de nuevo con la sombra de nuestro cineasta apareciendo por el fondo, se permite tener (mucho) miedo en el duelo final, una “complejidad” que resulta bastante ajena a los códigos del género.

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Tampoco resulta muy habitual el punto de partida de “House of numbers” (1957), una película de fugas carcelarias en la que Jack Palance interpreta a dos hermanos que son idénticos, a pesar de no ser gemelos (una decisión de guión poco justificable), que traman un rocambolesco plan para facilitar la huida de uno de ellos encarcelado en San Quintin. Al mencionado plan le sobran unas cuantas complicaciones, lo mismo que a la película le sobran otras tantas simplezas en lo puramente físico y alguna que otra en lo referido al mencionado guión, especialmente unos minutos finales que son la negación de lo que se entiende por clímax en la pantalla. Lo mejor, Jack Palance, componiendo dos tipos completamente distintos a pesar de tener la misma jeta.

House of numbers

“Thunder in the sun” (1959), en España conocida como “El desfiladero de la muerte”, es un western de aventuras, más lo segundo que lo primero, y más melodrama pasional que ambas cosas, cuyos protagonistas son un grupo de vasco franceses que tratan de llegar con sus plantones de viñas a las soleadas tierras de California, en una caravana que dirige un guía norteamericano interpretado por Jeff Chandler. Estos vascos, entre los que, como si tal cosa, se cuenta Susan Hayward, en uno de sus clásicos papeles de mujer fuerte, cumplen para la industria de Hollywood el papel de nativos exóticos con pintorescas costumbres. Algunas probablemente ciertas, los gritos con los que se comunican a través de las montañas, otras bastante improbables, la tradición de casar a los hijos cuando todavía son unos niños comprometiendo de este modo su vida futura, y otras decididamente falsas, como esa muestra del folklore vasco que parece sacado directamente de un tablao flamenco. Extravagancia en estado puro, que culmina en el enfrentamiento final, con una partida de indios derrotados por unos vascos que brincan de roca en roca, como supuestamente hacen en sus Pirineos maternos.

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Tras una etapa en la televisión, Russell Rouse, cierra su carrera, en la segunda mitad de los sesenta, con tres títulos que, en especial “El Oscar” (1966), superan los márgenes de esa serie B en la que siempre se había movido y que, con sus bajos presupuestos y la independencia frente a estrellas e industrias, le había permitido esas libertades argumentales que le han proporcionado el conocimiento y el reconocimiento de más de un aficionado.

Claro que encomendar el personaje de un actor que pretende conseguir la preciada estatuilla a un intérprete tan limitado como Stephen Boyd no deja de ser una extravagancia…

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1Comment
  • Jose V. Navarro
    Publicado a las 18:39h, 09 septiembre Responder

    Me lo apunto. Aún queda tanto por descubrir, ha sido muy interesante.

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