Mayorías absolutas y mayorías proporcionales

30 Dic Mayorías absolutas y mayorías proporcionales

Tengo desde hace mucho tiempo el carnet de un partido político en alguno de los cajones de la casa, tanto tiempo que al principio ni siquiera lo tenía porque entonces era ilegal estar afiliado a una organización política. A pesar de ello, no me gustan, ni me han gustado nunca, los discursos excluyentes en los que todo lo bueno está de nuestro lado y todo lo malo se encuentra en el de los demás. Algo que sucede con demasiada frecuencia entre casi todos los dirigentes, la mayoría de los militantes y algunos simpatizantes de los partidos políticos. Nunca debemos perder eso que se conoce como mentalidad crítica y que cada día está más devaluado.

Así, nunca se me ocurrirá, porque no lo comparto, acusar a los votantes del Partido Popular de idiotas por continuar otorgando su confianza a un partido de corruptos. Me parece una tremenda falta de respeto hacia la gente. Cada uno sabe lo que vota y por qué lo hace. Cada persona tiene sus razones y nadie es idiota, simplemente defiende sus convicciones o sus intereses, que las dos cosas son igual de legítimas. En eso consiste la democracia.

Como tampoco me gusta, pasando al otro extremo, que los dirigentes de Podemos, un partido que considero imprescindible para el futuro de la izquierda de este país, se harten de decir que la ciudadanía ha marcado determinadas exigencias en las elecciones del pasado 20 de diciembre. Serán, en todo caso, los ciudadanos que les han votado a ellos, porque hay muchos, que han votado a otros partidos, que también son ciudadanos y que tienen sus particulares exigencias. Todas valen igual. En eso consiste la democracia.

Tampoco comparto el desprecio por las mayorías absolutas o el alborozo por el final del bipartidismo. A mí sólo me interesa lo que vota la gente y si, en un futuro, vuelve a apostar por la mayoría absoluta o por el bipartidismo, pues bienvenidos sean, porque será lo que han querido los ciudadanos. Y si no lo hacen, pues me parecerá igual de estupendo.

También tengo mis reservas en la reclamación que muchos de mis compañeros hacen de un sistema electoral que respete la proporcionalidad. Cierto es que lo que ha sucedido en estas elecciones con los votos de Izquierda Unida, por citar el caso más extremo, no es de recibo (ni casi diría que democrático) y que algo habrá que hacer para que la proporcionalidad se respete un poco más en la composición final del Congreso (no hablo del Senado porque creo que nunca debería haber existido).

Pero tampoco acabo de ver conveniente un sistema que sea estrictamente proporcional, por más que el enunciado suene irreprochable desde el punto de vista democrático. Y no me voy a ir al ejemplo de Israel, donde la atomización del Parlamento hace que pequeños partidos ultraortodoxos acaben teniendo un peso en la política nacional que no se justifica con el número de los votos obtenidos y que, de este modo, consigan clavar al resto de la ciudadanía sus molestas ocurrencias de signo nacionalista o religioso.

Me voy a quedar mucho más cerca, en Cataluña y el sorprendente empate a 1.515 votos (no me digan que no es difícil que se produzca ese resultado) en la Asamblea de la CUP para decidir si apoyan o no la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat (todavía cuesta más de creer que una formación anticapitalista vote para presidente a un representante de la burguesía catalana).

El mundo real nos proporciona, en ocasiones, algunos ejemplos de “reducción al absurdo” que nos hubieran reprochado si los hubiéramos creado en nuestra imaginación. Pues ahí lo tienen, un solo militante de una formación minoritaria hubiera decidido la presidencia de la Generalitat y, de paso, otorgado el visto bueno a una línea política hacia la independencia de la nación catalana. No parece que, en este caso, la proporcionalidad electoral hubiera respetado la proporcionalidad de la sociedad catalana.

Aunque, no se confundan, si esto hubiera sucedido me hubiera parecido perfecto, porque se habría producido con las reglas de juego que nos hemos dado. En eso consiste la democracia. Otra cosa es que esas reglas de juego haya que afinarlas muy bien para que realmente se encuentren al servicio de la mayoría.

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