El puente de los espías

14 Dic El puente de los espías

 

Como sucedía en muchas de las películas de Frank Capra, “El puente de los espías” ilustra lo bueno y lo menos bueno del mejor cine de la gran industria USA. Por un lado, una eficacia narrativa fuera de toda duda, y por otro, un apego excesivo a ciertas convenciones y simplezas, aunque, en este caso, la película muestre una estimable contención y ecuanimidad a la hora de retratar la histeria de la guerra fría de finales de los años cincuenta, la significativa época en que se sitúa la acción de esta película que está inspirada en hechos reales y que todavía tiene a algunos de sus auténticos protagonistas caminando entre nosotros.

El protagonista, Tom Hanks, como los personajes interpretados por James Stewart en las mencionadas películas de Capra, es una persona íntegra, que cumple con su deber en la misión que tenga encomendada, aunque se trate de un caramelo envenenado que hubiera preferido no llevarse a la boca. Pero si se hace cargo de un caso, es un abogado, llegará hasta el final siguiendo los dictados de su conciencia y la ética de su profesión, sin importarle poner en riesgo su credibilidad social y sin temor a decir lo que piensa a personas que se encuentran social y profesionalmente por encima de él. Un norteamericano honesto en estado puro, que se enfrenta al sistema precisamente para defender los valores consagrados en esa Constitución que sirve de punto de unión para la diversidad de identidades raciales y nacionales de la patria norteamericana.

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Lo mejor de la película, además de su impecable acabado narrativo e industrial (impresionante la parte final rodada en un Berlín de la época que fue reconstruido en la propia ciudad de Berlín: el puente de Glienicke y el clásico Check Point Charlie), es precisamente esa mirada que dirige sobre el ambiente moral y político de esos años críticos de la guerra fría, sin recurrir a soflamas patrioteras y contemplando el momento con estimable complejidad. Unas virtudes que resultan especialmente patentes cuando se trata del lado norteamericano, con algunas valiosas anotaciones que están muy bien contadas (en el guión encontramos la firma de los hermanos Coen), como el papel del juez que preside el tribunal encargado de juzgar al espía soviético, la intervención de la CIA o el lavado de cerebro a los niños en la escuela; pero que también las encontramos cuando pasamos al sector comunista, con una serie de escenas e imágenes, muy duras pero desprovistas de la habitual ira patriotera, que están narradas con cierta distancia y, de nuevo, con algunas intencionadas anotaciones que nos revelan que ambas potencias están haciendo lo mismo con sus espías situados en el otro lado y que, en definitiva, están alimentando el mismo fuego del terror atómico.

Igualmente destacable, por la eficacia y delicadeza con que está planteada, es la relación entre el tenaz abogado protagonista y el impasible espía soviético que tiene su futuro escrito sobre una silla eléctrica. Un lento camino de comprensión y empatía que se sitúa dentro de la mejor tradición del cine norteamericano. Y aunque también encontramos algunas soluciones narrativas menos destacables y demasiado simples (las dos y contrapuestas escenas en el transporte público con los pasajeros atentos a las noticias de los periódicos o los momentos finales con la familia del protagonista), en conjunto la película se sitúa en la cima de un cine de gran presupuesto y de gran alcance popular. Esa cima en la que logran convivir las exigencias del entretenimiento y las convenciones del modelo elegido, con unas aceptables dosis de complejidad en los personajes y las situaciones narradas. Me gusta ese cine.

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1Comment
  • Rafael
    Publicado a las 18:43h, 07 enero Responder

    Para mí es emotivo el diálogo en el primer encuentro con el agente de la CIA y el abogado donde expone lo que une a los norteamericanos no es la bandera ,ni el territorio ni la sangre : es el estado de derecho y el imperio de la ley
    Disfrute con la película , tiene el sabor del mejor cine

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